22 noviembre 2003

Villejuif

En esta estancia nos alojamos y trabajamos, como ya es costumbre, en el campus de Villejuif, en el recinto del complejo hospitalario Paul Brousse (al que corresponde la imagen de la izquierda). La unidad de investigación en la que se inserta el equipo en el que trabajamos, ocupa un edificio que antes estaba ocupado por un importante centro de investigación contra el cáncer fundado hace más de 70 años. Este centro fue trasladado a unas nuevas instalaciones y dejaron este edificio a los "hermanos pobres de la investigación": los grupos de humanidades (filosofía, religión, filología, historia, etc.).

Villejuif es una población del sur de París, a 1’5 Km. de la capital. Este kilómetro y medio que la separa de la gran urbe, en realidad no la separa sino que la une, ya que está ocupado por una gran avenida, la Avenue d'Italie, flanqueada por viviendas, zonas comerciales e industriales y por el principio de una carretera nacional que no es más que prolongación de la avenida. De modo que no sabe uno que ha salido de París y ha llegado a Villejuif más que por esos benditos indicadores de tráfico que nos informan de ello.
Esta es una población bastante humilde, habitada sobre todo por la llamada "clase obrera". Es un sitio muy agradable para vivir. Las viviendas más tradicionales son pequeñas casas de muros de piedra, con un pequeño jardín delantero; pero también abundan las nuevas edificaciones, mucho menos agradables, y que son iguales a las de cualquier barrio obrero de cualquier rincón del mundo.
La vocación "obrera" de este pueblo puede observarse en el nombre de sus calles, sus plazas, sus parques, etc.: por ejemplo la avenida principal es la Avenida Gorki, el parque más céntrico es el Parc Pablo Neruda, el instituto más antiguo es el Collége Karl Marx que existe con este mismo nombre (!) desde hace 80 años.
A pesar de ser una población no muy grande cuenta con muchos servicios y organiza múltiples actividades culturales a lo largo de todo el año. Dispone de un teatro estupendo y de numerosos parques.
Normalmente llevamos a nuestra hija al parque Pablo Neruda. Es un parque delicioso, no muy grande, con áreas de juego muy bien equipadas y una variada y abundante vegetación. Abundan los castaños de indias, los plátanos, los grandes tilos, algún que otro sauce, y algunas flores de temporada. En medio del parque hay un quiosco de música, donde en la temporada más cálida actúa con frecuencia la banda municipal. Al norte el parque se cierra con la fachada trasera del ayuntamiento. Un edificio de elegante arquitectura, con tejas lisas de pizarra y grandes ventanales blancos.
Como he dicho antes, esta es una población eminentemente obrera, receptora de abundante población inmigrante, y eso se ve también en el parque.
Un día había, jugando en la arena, dos niños de raza negra, uno de origen magrebí, dos orientales y una niña rubita y rosada que parecía proceder de algún país del este de Europa. A ellos se les sumó nuestra española Beatriz.
Evidentemente la comunicación verbal era nula, pero ni falta que hacía. A veces se miraban tímidamente, se sonreían y seguían jugando los unos junto a los otros sin necesidad de palabras.
Nos gusta muchísimo que Beatriz juegue en este parque, porque creo que los niños que se críen jugando en parques como este, no podrán ser racistas, ni xenófobos, ni nada por el estilo. Y la imagen de verlos a todos, ahí en el arenario del parque, poniéndose hasta los pelos de arena, haciendo juntos, con sus menudas manitas, montañas y castillos imaginarios, le llena a una de esperanza. Algún día quizá levanten con sus manos de adultos montañas y castillos de convivencia en paz, de igualdad y de respeto a la diferencia. Y quizá en eso también tenemos algo que hacer las madres y padres que contemplábamos la escena con satisfacción y nos sonreíamos también entre nosotros, con la silenciosa complicidad de compartir un sentimiento, sin necesidad de mediar palabra.

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