04 diciembre 2003

Regreso a casa

Hemos vuelto a casa: el viaje fue bastante bien a pesar de los distintos "fenómenos meteoros" con los que nos encontramos en el camino.
Salimos de París el lunes 1 de diciembre a las 4’53 de la mañana, bajo una lluvia torrencial que nos acompañó hasta las proximidades de Orleans. Allí ya no nos caía agua del cielo pero, ya se sabe qué pasa en la carretera, que cuando deja de caer agua de arriba te sigue cayendo de todas partes porque el piso está mojado y los coches y camiones la lanzan como a presión en todas direcciones.
Desayunamos cerca de Poitiers, en un área de servicio de la autopista.
Después más lluvia. Kilómetros infinitos de pinares en las Landas. Granjas de ocas que se alimentan compulsivamente sin comprender que alguien está tramando hipertrofiar sus pobres hígados para convertirlos en magníficos "foie gras" de la Gascoña.
El paisaje ha cambiado bastante con respecto al viaje de ida. Los colores otoñales casi han desaparecido. Los árboles yerguen sus esqueletos sobre un suelo alfombrado de hojas muertas. Y, aunque esto pueda parecer triste, no lo es porque muchos árboles lucen ahora un nuevo verdor. No ya el de sus hojas sino el de un musguito suave que la humedad va sembrando en sus ramas y troncos. Muchos incluso se van cubriendo por la hiedra que, mimosa y egoísta, los abraza y acaba por apoderarse completamente de ellos. Una forma de vida sucede a otra forma de vida.
Nada más pasar la frontera el País Vasco español nos recibió con un magnífico sol: "este cielo azul y este sol de la infancia" (como dijo Machado).
Pero cuando nos aproximábamos a Burgos nos azotó una ventisca con nieve. Decidimos pasar allí la noche. Al amanecer ya no había colores en el paisaje, reinaba un solo color: el blanco de un manto espeso de nieve.
Al pasar el puerto de Somosierra de nuevo el sol brillante que tanta falta nos hacía, después de un mes en tierras sombrías.
Nos hemos encontrado una Granada muy fría pero soleada.
Este sol lo he echado mucho de menos. Ahora desde la ventana de esta habitación veo las ramas del laurel mecerse sacudido por un aire gélido, pero el cielo se ve tan azul y el sol brilla de un modo que llena de alegría el alma. Son esas "pequeñas cosas" que uno aprecia más cuando pasa un tiempo sin tenerlas.